"The life of the theatre strides purposefully... I still feel like to do crazy things and the theatrical profession is increasingly more valued; as regards the attachment that I keep to my work, it could be expressed like this: my job is, among all the arts, the most alive, not the most pure, but, I insist, the most alive. Therefore, it is the most contaminated. We can not practice it covering our nose. It is a human fusion where there is everything, the best and the worst, but sometimes I wonder if those who try to eliminate the worst would be able to keep the best. So you have to take it as it is: the recreation of the Act of Life, in a deep sense, the creation in motion, which includes the desire, fertilization and pregnancies of LOVE and its opposite DEATH."
Jean Louis Barrault
Preparing the new materials for our Courses and Workshops that we will implement from next season, I meet once again with The Magnetic Body, a text of Jean-Louis Barrault who, leaving some mystical tone aside which seems out of tune with the times we live, shows us the profound wisdom of a man dedicated to the theatre in body and soul. Her body had the discipline needed to be free. And with the support of her soul, manifested by a powerful creative intelligence, gave meaning to the stage or screen in his work as an actor. As director, I imagine him putting that body and intelligence at his actors' service.
The useful theory, which teaches or pass on something is the one which arises from a long experience, from the many errors and few successes. In the text there are enough clues that lead us directly to what today has become fashionable as "physical theater." Therein lies its relevance. Or the universality of physical theater. Because Barrault talks about things that have always been the essence of theatre of all times. And there are also clues for a reflection on the role of the word in the context of physics, which sometimes seems to swallow in a fit of pride.
I think that in our struggle to go so far as to create a contemporary theatrical language we should pay attention to the masters. And Jean-Louis Barrault is. He became one because he worked tirelessly to find their own contemporaneity.
Jean-Louis Barrault was a widely-experienced actor, director, teacher, writer, and theoretician. His interest in mime was a part of his love for theatre as a whole. He came to Dullin's school in 1931 as a penniless student, became enthralled with mime from his first lesson with Etienne Decroux, and they worked intensively together for two years, living frugally on kippered herring, raisins, lettuce, and fruit. They caled mime with imaginary objects "objective mime," as the French still do, and "subjective mime" that study of the states of the soul, body, and emotions. Their invention of a profile walk-in-place led others later on to design many more illusions of moving in place.
Apart from the glorious experimenting of that early time, Barrault is best known by far for his role of Jean Gaspard Deburau in the film Les Enfants du Paradis. The film introduced what was thought to be the Deburau style of pantomime, for which Barrault consulted the mime Georges Wague, to the world, even making it synonymous with mime for many audiences. Ironically, the two performed in the film long after they themselves lost interest in that style of pantomime-harlequinade.
Barrault's emphasis during the early years, and continuing through his life, was on physical aspects of acting, and he incorporated mime in highly imaginative ways into his stage productions. In the play "Rabelais," 1968, his actors mimed the birth of Gargantua, animals, the ship's form and movement, and did many mimed sequences with narration.
Here is a good example of the talent of Jean-Louis Barrault who plays the tortured Dr. Cordelier in Jean Renoir's film "Le testament du Docteur Cordelier" in 1959. This film is a curious version of "The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hide", the disturbing masterpiece of Robert Louis Stevenson. The irreversible outbreak of evil in the life of the distinguished doctor who defies the rules of scientific ethics to satisfy his vanity is captured with astonishing simplicity and efficiency in the transformations that Barrault resolved spectacularly.
Le testament du Docteur Cordelier - Jean Renoir (1959) from Carlos Rodero on Vimeo.
El Cuerpo Magnético
Jean-Louis Barrault
Unfortunately, on today we don't have at one's disposal the English version of this text. We will publish it in a future post. We offer now the Spanish translation.
Hace más de cuarenta y cinco años que en el teatro ensayo servirme de mi cuerpo como de un instrumento.
Esta frecuentación cotidiana, hecha de pequeños descubrimientos y de grandes interrogantes, ha insuflado en mí una especie de sentimiento comparable al de una conversión.
Hoy día creo haber contraído con el cuerpo humano un fervor religioso. No hablo de este cuerpo limitado a la piel y a los cinco sentidos sino, digamos, del cuerpo integral, magnético, tal vez místico.
Lo que ha facilitado "nuestra aproximación" es la soledad en la cual me sumerge la sociedad de los humanos que subconscientemente, sin duda, se ingenia en romperlo todo y en levantar barreras entre lo que me parece ser la Verdadera Vida y yo. Cuando, a continuación de ese "gran quiebre" cumplido por la sociedad, tanto sobre el plano de la enseñanza, como de la educación, los programas políticos, los cismas religiosos -ellos también políticos- como sobre la confusión que arrojan los conflictos entre la libertad y la licencia; la explotación marxista, psicoanalítica, anti-cristiana, en detrimento del verdadero socialismo, el verdadero psicoanálisis, de la verdadera cristiandad, me encuentro rodeado de ruinas, mi cuerpo, tan simple pero "completo" está allí, haciéndome comprender que nosotros dos somos capaces de reconstruir "el Templo".
Siempre he tenido una admiración respetuosa, pero lejana, por los estudiosos de las grutas y cavernas. Lo más lejana posible porque sufro de claustrofobia, recuerdo tal vez de mi existencia intrauterina o de las hazañas de mi gentil hermano, cuatro años mayor, cuando me aprisionaba bajo las ropas de mi cuna.
Pero la investigación al interior del cuerpo humano me atrae, porque ella abunda en panoramas maravillosos, como cuando en la montaña se abren “ventanas" entre las nubes para descubrirnos horizontes nuevos.
El ser humano siempre me ha hecho pensar en un árbol, un árbol que echa raíces por los pies, se tiene derecho sobre su tronco, la cabeza aspira al cielo, mientras sus dos brazos en abanico se extienden, palmas abiertas, para recibir el alimento del sol. A un árbol que además, cuando la persona envejece, sufre la fractura del cuello del fémur, como su hermano vegetal cuando se rompe una de sus ramas principales.
Por ilusión óptica creemos que el árbol es como un ser erguido hacia el cielo, implorando vida y vigor. De hecho el árbol está más bien concentrado en las profundidades del suelo, los abismos nutricios de la Tierra, a fin de extraer de allí la savia que le permitirá establecer con el aire del cielo una doble circulación: el intercambio de la vida. Y sucede en el hombre como en el árbol, él extrae de la naturaleza terrestre, de la materia, lo necesario para dirigirse hacia el cielo. Para el hombre como para el árbol la vida es intercambio.
La palabra es a la planta humana lo que la flor es al árbol. ¿Podríamos imaginar una flor sin su tallo y sus hojas, sin las ramas unidas al tronco y hasta en la succión de las raíces? Como la flor, la palabra humana hace parte carnal del cuerpo humano. Las ideas aparecen y desaparecen, se desenvuelven, florecen, se expanden, se mustian, caen, forman un humus de donde se originarán nuevas ideas según el ritmo del eterno retorno. Las ideas son cíclicas, giran en círculo.
"El genio más íntimo de cada pueblo, su alma profunda, está sobre todo en su lenguaje", dice Michelet.
Si el alma profunda de un pueblo está contenida en la palabra es que ella es ante todo la emanación más sutil de su cuerpo; la palabra es el resultado de una pantomima bucal, hecha de respiración y de contracción muscular. El alma profunda se expresa de partida por la imitación carnal de una acción, y no por las ideas que en ella se encierran.
Tomemos, por ejemplo, la acción de un pájaro que se mantiene y se desplaza en el aire. Esta acción es observada al mismo instante por un inglés, un alemán y un francés.
El inglés será impresionado por la fase de la acción que permite al pájaro desplazarse a gran velocidad, como un "jet". La palabra imitativa que encontrará es: “To fly”. Eficacia.
El alemán será impresionado por el trabajo que el pájaro debe efectuar para mantenerse en el aire, el batir de las alas. Su imitación será hacer articular a sus labios la palabra: “fliegen-fliegen-fliegen”.
El francés será impresionado por el hecho de estar suspendido en el aire. Como alguien sostenido por los cabellos, dirá: “Voler”.
Así vemos una misma acción que ha sido observada por el “alma profunda" de tres temperamentos diferentes y expresada por imitaciones gestuales y respiradas, se podría decir "danzadas" con la boca. Esto no es una excepción. Veamos el acto de amar.
El francés dice: “je t'aime”. El tiende los labios, los abre y los aprieta.
El inglés dice: “I love you”. El abre sus labios como un orificio y los avanza con deseo.
El alemán: “lch liebe dich”. El va y viene apasionado de besos intercambiados.
El ruso: “Ju lioubliou vass”. ¡Se tiene agua en la boca!
Se podría hacer una sabrosa coreografía con el Ballet de las Lenguas. Sería un hermoso film a lo Walt Disney.
Creo que la palabra es inseparable del gesto. La palabra es una danza para las orejas y el gesto es una música para los ojos. El arte del gesto es más antiguo aún que el del lenguaje. Es tan antiguo como el Amor, el más antiguo de todos los dioses, Si, poniendo de lado la palabra, me sumerjo en el Arte del Gesto, permanezco confundido de admiración ante las infinitas posibilidades y los matices tan sutiles de los recursos gestuales del cuerpo humano; y no me sorprende que las partes constitutivas de la música hayan sido, desde la más remota antigüedad:
- la poesía = palabra;
- el canto = virtuosidad respiratoria;
- la danza = virtuosidad gestual.
"Se puede juzgar el reino de un soberano por las danzas que han tenido lugar en el curso de su época". (Proverbio chino).
Podemos decir que entre el gesto y la palabra, toda la diferencia está en que uno se dirige a la vista y el otro al oído, pero no hay entre ambos ninguna desigualdad, ambos presentan el mismo interés y brotan de la misma fuente.
¿Estamos al presente suficientemente preparados para lanzarnos a la búsqueda del sentido de este cuerpo humano? Esta maravillosa biomecánica que ha estado a nuestra disposición desde nuestro nacimiento.
Un buen día emergemos de las Tinieblas. Todas las "génesis" tienen como mito la Noche:
La semilla, en el vientre de la Tierra;
el niño, en el seno de su madre;
el insecto, en la oscuridad de la crisálida.
Pero las tinieblas no son la Nada. Es entonces probable que antes, nosotros éramos ya algo. Puede ser que viviéramos parcelados, en trozos por armar, en moléculas separadas. Esto no tiene importancia, porque sobrepasa cuanto podemos imaginar. Digamos que hasta no tener mayor información, esto no nos atañe. Lo que cuenta es que desde la aparición a la Luz, un buen día, se produjo como un "encendido".
En otro "buen día" desapareceremos en las Tinieblas que no son la Nada. ¿En qué nos transformaremos? Misterio. Ninguna indicación precisa, entonces no nos incumbe. Pero entre estos dos "buenos días" está la trayectoria de la vida, cuya duración no es medida en tiempo absoluto. Ella pertenece al mundo de lo efímero.
Las estrellas errantes que perforan repentinamente la noche y desaparecen un segundo después, me hacen pensar en la vida humana. Esto es lo que nos concierne: lo que pasa durante la trayectoria.
"Un ser viviente es un objeto que tiene un proyecto", decía Jacques Monod. Lo mismo que se mezclan varios ingredientes para preparar un alimento, igual este ensamblaje bioquímico, puesto al fuego, ha producido un ser viviente. Es un plato que se nos ofrece y que debemos comer con apetito y gratitud.
La vida humana me hace pensar entonces en una bola de fuego lanzada al Espacio. Durante su trayectoria esta bola de fuego envía simultáneamente una llama, luz y un reflejo.
La llama animada por el Deseo, después por el Amor, engendra la pasión del "Super Ser", de la superación de sí. Esta llama es mantenida por los ardientes, los condenados a la Esperanza.
La luz por su claridad engendra la inteligencia. Ella ve o cree ver con justeza: ella comprende y nos ayuda a comprender... un poco.
El reflejo, por un sutil juego de espejos que nos desdoblan, engendra la conciencia. Esta, lúcida, se da cuenta bien pronto del carácter efímero de nuestra vida y ante la angustia creciente de la Muerte -que no es en sí una realidad - va a refugiarse en la Risa.
Sin la idea de la Muerte y sin la visión del Doble, nosotros no hubiéramos podido descubrir la Risa.
Este tetraedro, este "sputnik" humano, no es un cuerpo aislado como bajo una campana de vidrio; él forma parte del Todo. Está religado a todo, a lo más grande como a lo más pequeño. Está embarcado en el drama universal y es al interior de este drama que deberá "jugar" su rol, tener su oportunidad. No podrá salir de esta situación. No se cuestiona el separarse del "juego" y salirse de la cancha. Somos todos solidarios los unos a los otros; todos los seres no hacen más que Uno. Somos los reflejos minúsculos del cosmos y en sincronismo absoluto con él, y somos igualmente la representación absoluta de la más pequeña célula viviente. "Si, en una bella noche de verano, se está suficientemente atento -nos hace notar Claudel- uno percibe que las estrellas hacen ruido." Este pequeño descubrimiento lo hacía sonreír de alegría.... ¡no sin malicia!
De hecho, si se está suficientemente atento, se recoge de tiempo en tiempo "rachas de conversión"... como una especie de insolación. Cada revelación que venga del exterior no tiene lugar sino cuando despierta lo que dormía en nosotros. Esa es la razón que me hace buscar influencias. No se puede ser influenciado sino por lo que se nos parece, pero a un mejor nivel. Nos descubrimos súbitamente bajo una forma que nos lleva a lo que en nosotros esperaba ser revelado.
Todo ser viviente es un mundo. El ser humano lo es. Desde la bacteria, pasando por el hombre, hasta el cosmos no hay más que una gran unidad universal. Pero en la gran masa del universo, desde la materia bruta a las plantas, desde los animales hasta las ruedas de reloj de los astros, el ser humano es un animal extraño por la sola razón que, vestido de una conciencia él se desdobla. "Este cuerpo, yo lo vivo, y, al mismo tiempo, yo lo veo". (Claudel). El ser humano tiene entonces una facultad particular que es la de poder en el mismo momento vivir y verse vivir.
Al mismo instante, él es acción y representación. Actor y espectador. La vida humana es un teatro. El vive el drama de la vida pero, igualmente, él asiste al drama de la vida. Rueda sobre sí mismo y es consciente de sus volteretas. Al momento en que muere, renace; como la noche que posibilita la venida del alba, la cual deja lugar al día que hace posible la declinación del sol, al que va a suceder una nueva noche. El rueda sobre sí mismo como la sucesión de las estaciones.
Igual en el teatro: se muere para renacer. El teatro es un estado de continuo renacimiento, vuelve a trazar incansablemente la sinuosidad de los ciclos humanos. En comunión íntima con lo infinitamente grande y con lo infinitamente pequeño, cada una de nuestras moléculas reacciona como un mundo. Nos encontramos entonces arrebatados, aspirados, basculados, desequilibrados, precipitados, reestablecidos, retenidos, proyectados en un inmenso torbellino, en una danza frenética que obedece a leyes naturales que ignoramos, pero que nuestros instintos presienten. Arrastrados por el desencadenamiento del ritmo universal, reaccionamos como "comparsas". Somos empujados como comparsas a ese gran ballet gigantesco. Y gracias a la "vigilancia" que nos procura la “conciencia de sí" debemos adquirir una cierta maestría de nuestras conductas "espontáneas". Este teatro que es nuestra vida es una verdadera ciencia: la ciencia del comportamiento de los seres vivientes, y particularmente de los seres humanos. Llegar a controlar nuestras espontaneidades, tal es el código de la conducta humana. En cada instante que vivimos, convergen un mínimo de cinco comportamientos simultáneos:
1. Vida social
2. Existencia individual
3. Silencio de la vida en curso
4. El Destino
5. Los instintos.
Vida Social. Para la vida social, el ser humano proyecta un personaje que él controla; este personaje se pone en relación con los Otros", recibe, responde, acepta, rechaza, establece un "comercio" próximo o distante con los Otros. Participa en la conversación general, en el diálogo. Es un personaje de sociedad.
Existencia Individual. Pero al mismo tiempo el ser humano asiste a este espectáculo y su ser fundamental guarda para sí su opinión personal que no comunica a los otros. En tanto que una parte de él mantiene los intercambios con el exterior, una otra parte es capaz de componer su pequeño monólogo interior. Es as! como a las escenas dialogadas, se agregan en el teatro los monólogos (monólogo de Titus, de Hamlet, estancias del Cid, etc,).
Silencio de la Vida. Pero todo este bonito mundo, a la vez compuesto de individuos monologantes y de personajes sociales dialogando los unos con los otros, todo este mundo chapotea en el Silencio. Entre ellos hay adultos, niños, jóvenes, que se ven por primera vez. De súbito la mirada del joven encuentra la mirada de la muchacha. Los ojos se clavan los unos a los otros. Sus labios se tienden, su pecho estalla, su sangre hierve. Se vuelven sordos. Las conversaciones se desvanecen en el aire, la idea de un monólogo es impensable. Sólo el silencio del momento presente los envuelve como una espesa nube mitológica. Un gran amor está en vías de nacer.
Mucho más tarde, casados, después de haber tenido varios hijos y haber vivido mucho, cuando los dos viejos amantes recuerden el momento de su primer encuentro, ni él ni ella se acordarán de la gente que componía ese "bonito mundo", de qué se hablaba, ni del lugar en que esto ocurría.
En el teatro, sólo la danza o los mimos pueden describir este momento impresionante del Silencio de la vida.
Sucede igualmente con el torero y el toro en el momento de la estocada. Los dos amantes de la muerte súbitamente se ven. No hay arena, no hay muchedumbre, no hay música de Bizet. Ellos se envuelven en el Silencio.
El Destino. Pero todo este bonito mundo que dialoga, monologa o vive en el silencio, evoluciona en un medio ambiente. En este medio hacen equilibrios o flotan los enviados de los dioses, los encargados del Destino. Estos, sin prevenir a nadie, van a golpear. Es el imprevisto que sucede... En el teatro: el “Deus ex machina”.
Los Instintos. En fin, en cada ser humano que forma parte de esta honorable sociedad, hay al costado del personaje social otro ser que es "causa" del ser fundamental, y al que no se debe mirar en menos, un tercer ser que yo llamaría “el ser del instinto".
Si, como lo hemos visto, somos hechos por los Otros, somos, sobre todo hechos por los Nuestros. Nuestros ancestros más alejados depositan a cada generación un humus que servirá a la fabricación de nuevas generaciones. Nuestra vida anterior es una realidad. ¿No existe acaso el código genético? La superposición de depósitos ancestrales forma una misteriosa capa comparable a las capas geológicas que forman la personalidad de los terrenos.
Este ser del instinto es sorprendente entre los animales: un perro pastor, un perro de caza, un perro de aguas, no obedecen a los mismos instintos.
El instinto es lo que hemos adquirido de nuestros ancestros. Este ser de instinto que viene de mis vidas anteriores se agita al fondo de mí al punto que a veces es necesario que lo calme, si no quiero estallar escandalosamente en medio de la honorable sociedad.
Otras veces, me sucederá conducirme de tal o cual manera y yo seré el primer sorprendido. Sólo después constato que esto no venía de mí sino de un ancestro. "¡Este es un rasgo de mi abuelo! "o bien: "¿Qué quieres? ¡No se tiene impunemente trescientos años de vino en las venas!".
Todo lo dicho es un resumen de la lección que he recibido del teatro: poesía de lo efímero.
El teatro es el arte del hombre y de su doble. El teatro nos hace entrever una ciencia complicada y fundamental: la ciencia del comportamiento de los seres vivientes, ciencia del hombre por excelencia. Esta ciencia me parece de una importancia capital. Estamos lejos de la idea que la gente se hace habitualmente del teatro: una diversión, una manera agradable de digerir.
Es por esto que no quiero recurrir -para estudiar esta ciencia- a otra cosa que no sea el cuerpo humano lanzado en el Espacio.
Jean-Louis Barrault
Traducido y extractado por Farid Azael
Question Nº 52
Editions Ritz, París.
Versión EN ESPAÑOL
"La vida del teatro avanza a grandes zancadas... Aun tengo ganas de hacer locuras y la profesión teatral está cada vez mejor considerada; en cuanto al apego que conservo por mi oficio, puede expresarse así: mi oficio es, entre todas las artes, la más viva, no la más pura, sino que, repito, la más viva. Por lo tanto, es la más contaminada. No podemos practicarla tapándonos la nariz. Es una fusión humana donde hay de todo, lo mejor y lo peor; pero a veces me pregunto si los que tratan de eliminar lo peor serían capaces de conservar lo mejor. Entonces hay que tomarla como es: la recreación del Acto de la Vida, en sentido profundo, la creación en movimiento, que comprende el deseo, la fecundación y la gestaciones del AMOR y de su contrario la MUERTE".
Jean-Louis Barrault
Preparando los nuevos materiales para los Cursos y Talleres que pondremos en práctica a partir de la próxima temporada, me reencuentro con El cuerpo magnético, un texto de Jean-Louis Barrault que, dejando a un lado un cierto tono místico que parece desentonar con los tiempos que vivimos, nos muestra la profunda sabiduría de un hombre dedicado al teatro en cuerpo y alma. Su cuerpo tenía la disciplina necesaria para ser libre. Y con el sustento de su alma, que se manifestaba a través de una poderosa inteligencia creativa, le daba sentido al escenario o a la pantalla en su trabajo como actor. Como director, lo imagino poniendo ese cuerpo y esa inteligencia al servicio de sus actores.
La teoría útil, la que nos enseña o transmite algo, es aquella que nace de una larga experiencia, de los muchos errores y los escasos aciertos. En el texto hay pistas suficientes que nos llevan directamente a lo que hoy en día se ha puesto de moda como "teatro físico". Ahí radica su actualidad. O la universalidad de lo físico en el teatro. Porque Barrault habla de cosas que han sido siempre la esencia del teatro de todos los tiempos. Y hay pistas también para una reflexión sobre el papel de la palabra en ese contexto de fisicidad, que a veces parece tragársela en un arrebato de soberbia.
Creo que en nuestra lucha por llegar a crear un lenguaje escénico contemporáneo debemos prestar atención a los maestros. Y Jean-Louis Barrault lo es. Llegó a serlo porque trabajó incansablemente para encontrar su propia contemporaneidad.
Jean-Louis Barrault era un actor de variada experiencia, director, profesor, escritor y teórico. Su interés por la mímica era una parte de su amor por el teatro entendido como un todo. Llegó a la escuela Dullin en 1931 como estudiante pobre, quedó cautivado con el mimo de su primera lección con Decroux, y trabajaron juntos intensamente durante dos años, viviendo frugalmente de arenques ahumados, pasas de uva, lechuga y frutas. Lo llamaron mimo con objetos imaginarios, el "mimo objetivo", como los franceses todavía lo hacen, y el "mimo subjetivo" que es el estudio de los estados del alma, el cuerpo y las emociones. Su invención del perfil de pie en el lugar llevó a otros más allá en el diseño de muchas ilusiones más de movimiento.
Aparte de experimentar la gloria de la época temprana, Barrault es más conocido, con mucho, por su papel de Jean Gaspard Deburau en la película Les Enfants du Paradis. Esta película introdujo al mundo lo que se pensaba que era el estilo Deburau de la pantomima, para lo cual Barrault consultó al mimo Wague Georges, incluso conocido por lo que es sinónimo de mimo para muchas audiencias. Irónicamente, las dos actuaciones realizadas en la película perdieron interés mucho después en lo que se llamó el estilo de la pantomima arlequinada.
El énfasis de Barrault durante los primeros años, y a lo largo de su vida, fue en el aspecto físico de la actuación, que incorpora la mímica de una manera muy imaginativa en sus producciones para la escena. En la obra "Rabelais", 1968, sus actores miman el nacimiento de Gargantúa, los animales, la forma de la nave y el movimiento, y que muchas otras secuencias de pantomima dentro de la narración.
Aquí tenemos un buen ejemplo del talento de Jean-Louis Barrault que interpreta al torturado doctor Cordelier en la película de Jean Renoir "Le testament du Docteur Cordelier" del año 1959. Esta película es una curiosa versión de "El extraño caso del Doctor Jekyll y Mister Hide", la inquietante obra maestra de Robert louis Stevenson. La irreversible irrupción del mal en la vida del distinguido doctor que desafía las reglas de la ética científica para satisfacer su vanidad está plasmada con asombra sencillez y eficacia en las tranformaciones que Barrault resuelve de forma espectacular.
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